lunes, 24 de marzo de 2014

Cosmópolis: mirar a izquierda y derecha sin dislocarse

David Cronenberg congela el gesto y analiza sin compasión la caída del capitalismo

Rompiendo con dicotomías fáciles
David Cronenberg es capaz de mirar a izquierda y derecha sin dislocarse. Puede defender una idea y su contraria resultando coherente. De hecho, películas suyas como Videodrome (1983) o Inseparables (1988) generan debates encendidos entre los que le consideran un severo puritano y los que le tachan de pornógrafo consumado. En Cosmópolis (2012), David Cronenberg vuelve a situarse en su propia trinchera, esa tierra de nadie desde la que disecciona problemas y alimenta polémicas, rompiendo con dicotomías fáciles —el like de Facebook— y demorando la urgencia de un pensamiento a empujones —actúa, sé mecenas, dona YA, es tu responsabilidad—.


sin pretender coherencia ni continuidad



Cosmópolis nos cuenta la historia del joven multimillonario Eric Packer (Robert Pattinson), que recorre indolente las calles de Nueva York en su flamante limusina. Pero el capitalismo está agonizando, en esas calles se producen disturbios, y en medio del desorden alguien ha decidido que el joven es el malo de la película, y está dispuesto a matarlo. La crítica ha castigado esta película, llegando a tachar a Cronenberg de espeso y retórico, como si esos rasgos presentaran alguna novedad en su cine. Porque el canadiense, en lugar de abordar la ficción de una manera convencional, congela el gesto, aplica su ojo clínico y analiza sin compasión, desentendiéndose de lo que tanto gusta a los espectadores de hoy. Ni subtramas, ni puntos de giro ni ese sentimentalismo que hace más humanos a los personajes. Cronenberg se distancia para que no le tiemble el pulso a la hora de sacar el bisturí.



Muchos han señalado que Cosmópolis es una adaptación extremadamente literal de la novela de Don DeLillo. Quizás olvidan el desarrollo esquemático de las películas de Cronenberg, que siempre ha ilustrado —de manera pomposa y trascendental si se quiere— un conflicto básico, profundizando en todas sus implicaciones. A lo que ayuda, por cierto, el estatismo de la música de su compositor fetiche, Howard Shore. Imágenes y música que se esfuerzan para sumirnos en el conflicto sin que avance el argumento.



Aunque sí es cierto que Cosmópolis presenta una novedad: su tratamiento de extraño documental en el que se suceden las ideas sin que muchas veces haya continuidad entre ellas. A bordo de la limusina hay tiempo para todo: sexo rápido por dinero, encuentros con la pareja, la consulta del médico, la visita de la asesora personal… Y todos ellos hablan del único tema posible, estando como está el patio: la crisis, el derrumbe financiero, la caída del sistema capitalista, la influencia de la alta tecnología que viene acompañada de un bajo nivel de vida…



Este peculiar documental —así lo llamaremos aunque para la gente sea un drama psicológico o una road movie— no pretende aparentar coherencia ni continuidad. Quien busque claridad expositiva o quiera consignas puede ver otros títulos, como El capital (2012), de Costa Gavras. Porque Cosmópolis juega la baza de las mejores películas de Cronenberg. Metáforas que intuimos más que comprendemos, diálogos densos que desconciertan, desarrollo pobre de un argumento que plantea gran riqueza de ideas… Todo ello sin fisuras, para dejar indefenso al espectador ante una serie de problemas que cada vez son más cercanos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario