Más allá de la posibilidad de un numerito del
Kamasutra, esta entrada va de algo más ardoroso todavía: cine. La película Infiel (2002), dirigida por Adrian Lyne (a ver cuándo se le dedica
ya un libro a este señor), basada en La
mujer infiel (1969), de Claude
Chabrol,
no fue uno de los grandísimos éxitos a los que Lyne estaba acostumbrado, pero
no por ello dejó de trabajarla con el mimo y el clima que le caracterizan.
Bueno, vale, guarrindosg@s,
vamos al asunto sexual, que es por lo que estáis leyendo esta entrada. Pero
antes, os pongo en situación: Diane Lane
está casada con Richard Gere, tienen
un hijito majete y un alto nivel de vida. Pero ella conoce un día a Olivier Martínez, un francés coleccionista
libros y amores. Y al cabo de tres encuentros, comienzan una relación adúltera.
Vamos directos a ese
tercer encuentro en el que los espectadores ya estamos inflamados por el deseo de que refroten sus
cuerpos apasionadamente, que para eso hemos pagado. Bueno, para eso y para un
poco de thriller y una pizca de reflexión moral, pero ocho de cada diez euros invertidos
van para las escenas sexuales.
El caso es que, según el guion de Alvin Sargent y William Broyles Jr., después de muchas dudas por parte de Diane, finalmente cae en las redes seductoras del francesito y hay escena de sexo (¡luego le dais al play, ansiosos, esperad un poco!) en la que la timidez de ella, su rubor, temblor de barbilla y ombligo de mujer acostumbrada durante muchos años a un solo hombre, sumado al peso de la infidelidad hacia su marido y hacia su hijo, hacen de la interpretación de Diane Lane uno de los momentos cumbres de la película. Por su parte el amante, Olivier, sabe manejarse y manejarla, y como veréis, incluso hace que ella le pegue para descargar su sentido de culpabilidad y entre de lleno en la parte animal del acto.
En fin, un magnífico trabajo en el que, desgraciadamente, según su
montadora, Anne Voase Coates, solo
funcionaban unos cuantos fragmentos sueltos. Estoy seguro de que Lyne rodó
planos y tomas de sobra, pero Anne es honesta y solo juega con el material que
destila emoción real, y en ese sentido solo validó esos pocos trozos que
comenta.
Claro que, uno podría pensar que, con el tipo de montaje discontinuo,
fragmentado, sin raccord del que tanto se abusa actualmente, la escena podría
haber salido bien parada montando tan solo esos trocitos válidos (e incluso
barajando todos los fotogramas, para deleite de Resnais).
Pero no, no es el estilo de la película. Así que, comentado el problema al
director, la montadora pide carta blanca para probar ideas. Lyne, seguramente
rodando todavía, permite que enrede con el material.
Anne analiza la
escena siguiente a la de la infidelidad. En ella, Diane viaja de vuelta a casa
en el tren de cercanías. Apenas cuatro
personas en el vagón. Ella se siente turbada, avergonzada, feliz, plena, ríe,
llora… Ha hecho lo que nunca podría imaginar: traspasar la zona de seguridad
que mantenía su vida confortable(mente aburrida). Diane Lane expresa todos esos sentimientos rozando de
nuevo lo sublime como actriz. Lyne la rueda en dos o tres planos de diferentes
tamaños y desde el mismo ángulo.
Y ahora, redoble de tambor, y vamos a la opción Voase Coates (rebobino un
poco) y PLAY:
Claro, amigos, la magnífica Coates ha fusionado las dos escenas y las ha
convertido en una rememoración de ella en el tren, lo que realza todavía más
esos gestos maravillosos de la Lane y, de paso, encubre la falta de buen
material erótico del que decían carecer. Esta montadora es como un huevo Kinder:
ensambla, afina y crea.
Siempre decimos que el montaje es la última reescritura del guion y este es
un claro ejemplo. Lo que me lleva a la reflexión de que, como guionistas, escenas
como estas, creo que deben quedar perfectamente establecidas sobre el papel,
sin llegar a despiezar absolutamente cada plano con un encabezado de escena,
pero apuntando claramente la idea y el ritmo con dos o tres insertos paralelos
al menos. Todo tiene un punto medio, pero es importante que la idea quede bien reflejada
porque, no nos olvidemos, contamos una película. Y, además, porque si se rueda
pensando en establecer ese paralelo, se mejora mucho el resultado por las
opciones que le damos al director.
Recuerdo haber llegado a la idea de uno de estos paralelos en plena fase de
montaje. Una pena porque, aunque tuve la posibilidad de rodar un par de planos
para llevarlo a cabo, no quedó tan estupendo como debería si se hubiera podido
encajar la idea en el plan de trabajo.
Como guionista me da rabia a veces no detectar estas posibilidades durante
la redacción. Claro que podéis pensar que por mi doble naturaleza de guionista
y director, incluyo momentos más cinematográficos pensando en el rodaje. Error.
Estos momentos de cine pertenecen al reino de los cineastas, es decir, a los
guionistas, que son los que inventan la película. Otro asunto es quién se bate
el cobre luego para alinear a sesenta personas para obtener las imágenes. Y sí, vale, lo reconozco,
soy un vicioso del paralelo (con o sin sexo) porque crea bloques brillantes y
dinámicos entre escenas, como los excitantes estribillos de esa magnífica
canción que debe ser una película.
Y ahora vamos al colofón de la escena, que está montado con tal dominio del
ritmo, que merece este aparte. Transcurre en el minúsculo servicio del vagón. Plano
cenital. Ritmo. Agua. Ella cogiendo metros y metros de papel higiénico. Cambios
de dirección. Saltos de raccord. Lavarse el pecado. Asegurarse que no la
descubran. Caos. Miedo. Se acerca a su casa. Su hogar profanado por ella. Pero
en el fondo, si lo analizáis bien, mirad…
… está rodado casi como una masturbación más que como un acto de limpieza.
Cuarentona en plenitud que sufre al liberar las pasiones de su cuerpo. Se mueve
enérgica arrancando el papel higiénico blanco que fluye y fluye; el bote del
jabón, que chirría como los muelles de una cama; el grifo largo; el agua, en ese
lavabo como una pila bautismal, agitándose, fresco, a contra movimiento de ella
para crear más dinamismo. Y esa elegancia de no mostrar cómo limpia su entrepierna,
amigos: excitante y refinada.
¡Aaaaaaaahhhhhh! ¡Maestros hay hasta en Hollywood! Si la historia de esta
película va de “Infidelidad”, como el propio título indica, y eso nos conduce
al sexo, pasión, culpabilidad, arrepentimiento, reincidencia, etc, fases que la
propia vida marca, estamos ante uno de esos momentos que resume el tema en apenas
cuatro minutos. ¡Anne, Lane y Lyne, Excelsior!
Y finalmente la guinda: esta elipsis tan económica y directa con la que
concluye el bloque:
El tren de ella llega al destino. Encadena. Llega el marido. Nos prepara
para el encuentro inminente en la casa. ¿Cómo ocultará ella la llamarada de su
rostro? Anne for writer!
Y ahora repasemos toda la secuencia en su conjunto, para apreciar esta
pequeña ópera, sus variaciones de ritmo, detalles, expresiones... Nada como
repetir para aprender a valorar:
En fin, amigos, la máxima de hoy es: ¡ponga un paralelo en su vida y verá
cómo gana en emoción! Y si no me creen, traten de recordar ahora mismo sus
actos sexuales más memorables (reales, no cinematográficos, por favor). Y
aunque no tiene por qué temblarles el estómago, seguro que un ruboroso
alerdamiento, tipo Diane Lane, se posa en sus cándidos mofletes. O eso, o es
que todavía no han tenido el polvo de su vida. ¡Ánimo!
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